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Estoy Cansada De Ser Mamá

Por Debbie Chamlati

 

 

Sí, es la verdad. No me da pena decirlo, ni me siento dueña de este sentimiento. No me siento auténtica por platicarlo

ni me siento contenta tampoco. Sé que es parte de mi vida, del trabajo que tengo, de la historia que llevo.

Sé que es partede mis buenos, regulares y malos días. De las largas e interminables noches. Sí, es la verdad, y no me da pena decirlo, pero a veces, como hoy, estoy cansada de ser mamá.

En esta lucha por ser la mejor mamá, he decidido hacerme un descuento. Me encuentro entonces, tratando de sobrevivir

un rol mucho más neutral, más básico. Tratando de al menos ser, una “suficientemente buena mamá”. En este enredado, organizado y monótono mundo en el que vivo, intento dar todo de mí y muchas veces siento que no soy ni el 10%

de la que era. De la que alguna vez fui. De la que quisiera o pudiera ser.

A veces, en esa lucha nocturna entre mi lado mental positivo y el negativo, llego a un acuerdo donde consigo seguir sintiéndome una buena madre por al menos mantenerlos vivos, sanos y felices. Un día más, y entre regaños, frustraciones, acuerdos y negociaciones, entiendo que no puedo juzgarme tanto. No puedo ser tan dura conmigo misma.

 

Empiezo a suponer que a todas nos pasa. A la mayoría al menos, y me duermo más tranquila. Me desmayo con más sutileza.

Y es que cuando logro tener unos minutos para mí, unas horas, o días -si es que me va demasiado bien y recibo vacaciones-, me toma, al regresar, un par de segundos volver a sentir ese abrumador cansancio. Me reciben mis hijos con un abrazo

y un beso delicioso, y agradezco a Dios lo que me ha dado. Pienso, ¡qué bendición ser mamá!… Pero tres minutos después… me encuentro tratando de arrastrar las palabras para intentar seguir educándolos, antes de perder la cabeza y soltar en voz baja un “ya no puedo más”. Entonces, entre eso, y lo otro, y lo mismo, y lo de siempre, acabo agotada. No quiero saber

de nada, ni de nadie.

Lavarme los dientes en la noche es el último gran pendiente antes de meterme a la cama sin querer hacer un sólo ritual más. Ni siquiera hablar con la almohada que me espera ansiosa para despegar juntas al más allá. Un lejano y delicioso mundo que nunca me dejan disfrutar por completo. Me hace creer que regresaré mejor, descansada, llena de energía…

pero no es real. Siempre se interrumpe el viaje, una, dos o tres veces por noche. Cualquier excusa es buena pera estar

en ese intermitente sueño que no repara nada. Un miedo o dos, una cama mojada de pipí, tos permanente, gripa, alergias, hambre… siempre hay algo nuevo. Es mágicamente devastador.

El otro día, en una cena, una amiga me dijo “y en realidad siento que tener hijos aleja a las parejas”. No sé si me dejó muda

o con el estómago revuelto. No sé si me sentí aterrada o identificada. Y es que evidentemente no soy la única que vive

este asqueroso y eterno cansancio. Mi marido también. Somos dos zombis que salen de casa verdes de cansancio

y regresan un poco más amarillos de noche. Rogando que el ritual de dormir a los niños, esta vez, sea más corto.

 

A veces pareciera que nos leen la mente, porque entre más cansados nos ven, más largo lo hacen. Un cuento más, una lechita más, un berrinche más, un beso más…

Él arrastra su saco, yo mis pants de yoga. Una yoga a la que ni voy, pero al menos sirve para verme un poco más vestida

y activa. Una mamá, “suficientemente buena”. No la que se peina a las 7 am para conquistar el mundo en tacones.

 

No la que va al gimnasio a las 6 am y regresa revitalizada con un jugo natural y una barra orgánica en la mano.

No, esa no soy yo. Yo soy la que quisiera poder ser mamá una semana sí y una no. Pero sin sentir culpa. Como si fuera algo natural. Como si así fuera la especie humana.

Y es la verdad, no me da pena decirlo. Cuando estoy sola con mi esposo, después de haber dormido a todos, ya no sabemos cómo vernos a la cara sin quedarnos dormidos. Los temas se reducen a niños y trabajo, y ninguno es apetecible.

 

No a esa hora. Esta de más decir que el celular sale corriendo de las bolsas, de los burós, de las sábanas para pararse frente a nosotros y rescatarnos de esos momentos de silencio. De pequeñísimas muertes. Porque nuestro proyecto principal

se han vuelto ellos. Y ellos nos desgastan tanto, que… no queda nada de qué hablar. A veces una abrazo.

A veces un beso. A veces un pleito. A veces dos palabras. A veces todo, a veces nada. Sin culpas, solo ese fantasmal cansancio.

Hoy me siento así, enjaulada en mi maternidad. En este trabajo. Y no pido permiso para quejarme, porque es mi vida.

Es mi historia. Todos nos quejamos de algo, a veces. Hoy me quejo de este rol de madre que tengo tatuado en todas

las partes de mi cuerpo. Que no me deja desconectarme nunca. Que me corretea con un “mamá” constante, constante, constante. Que no me da libertad ni para ir al baño. Ni para dormir. Ni para leer o pensar. Tal vez en unos meses se me quite, como dicen. Tal vez tome unos años. Y tal vez, unas risas me sorprendan haciéndome olvidarlo todo para sentirme

mucho mejor… pero hoy, estoy así. Sin ganas de ver los mensajes positivos en las redes sociales, ni de platicar con mamás híper activas, híper exitosas e híper felices. Sin ganas de fingir tener todo bajo control.

Entonces, en caso de que sea la única en este mundo que se siente así, termino concluyendo, como muchas dicen;

“claro que los amo, pero me agotan”. Sí, sí adoro a mis hijos, con toda mi alma. Sí, sí son la bendición más grande

en el mundo. No me arrepiento de tenerlos, nunca lo haría. Amo sus ojos, sus bocas, sus manos y sus pies.

 

Amo su presencia en mi casa. Su existencia y sus voces. Pero también amo sus silencios. Cuando juegan solos.

Cuando no me buscan, no me gritan, no tocen, no me lloran. Verlos tranquilos, dormidos, sin discutir, sin contradecirme. Cuando están un par de horas en las escuela, entretenidos, felices… sin mí.

Y sí, también es la verdad que siempre me sentiré esa “no tan buena mamá” por dejarlos ver la tele de más para descansar un poco. Por darles ese chocolate que no debía por ahorrarme el pleito. Me sentiré tonta por dormirlos en mi cama y evitar las explicaciones. Culpable por dejarlos no lavarse los dientes de vez en cuando y llevarlos tarde a las clases por no

querer gritar más fuerte. Por no ser más exigente para que coman todas las verduras y las frutas que necesitan. Irresponsable por caer en el capricho de otro juguete nuevo, y por no exigir todos los perfectos modales que deberían tener.

 

Finalmente, por dejarlos con otras personas para que los cuiden y poderme escapar unos momentos a respirar, a ser “productiva”, o al menos dormir. Pero es que también, en esta realidad, en esta lucha constante por ser una “gran mamá”,

una “suficientemente buena mamá”, o una “mamá normal”… me pierdo a mí misma. Me agoto de ser simplemente eso, una “mamá”, y al final, aunque hago lo mejor que puedo, sé que muchas veces lo hago mal por estar así, tan, pero tan cansada.

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